De acuerdo con el DLE de la RAE, la palabra “transición” se define como la acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto. Según el mismo diccionario, los sinónimos de transición incluyen “cambio”, “transformación” y “metamorfosis”.
Partiendo de esto, las transiciones socioecológicas, también conocidas como transformaciones socioecológicas o transiciones justas, son propuestas de cambio en oposición al extractivismo y la mercantilización de la vida y los recursos (véanse Desmercantilización y Veganismo).
Estas iniciativas parten del reconocimiento de los graves efectos del extractivismo, como la desterritorialización, los despojos y los conflictos socioambientales, con el objetivo de reducir las desigualdades sociales, interseccionales y socioambientales existentes (Ulloa, 2021). Además, buscan contrarrestar el discurso centrado en la expansión continua de la demanda y oferta energética que sostiene los actuales modos de producción y consumo. Este enfoque va más allá de la reducción de las emisiones de GEI, con el ánimo de abordar las crisis civilizatorias que enfrentamos.
En este contexto, las transiciones socioecológicas consideran la energía una fuerza vital que, aunque instrumentalizada, garantiza condiciones dignas de vida material como la alimentación, los bienes comunes, la democracia, lo comunitario y lo justo (Rátiva-Gaona, 2022).
Se discuten también el metabolismo social y la deuda ecológica colonial e histórica perpetuada a lo largo del tiempo (CLACSO y OXFAM, 2023), reconociendo los límites ecológicos como un llamado a sanar y evitando cualquier forma de colonialismo que eternice el modelo actual de crisis.
Desde la perspectiva de Arturo Escobar (2017), las transiciones socioecológicas implican una “reinvención de lo humano”, profundizando en las formas comunales de vida y promoviendo una relacionalidad fuerte donde entidades no son preexistentes a la relación, sino constituidas mutuamente. Esto impulsa líneas decoloniales, feministas y relaciones multiespecie (véase Veganismo), integrando la naturaleza y la humanidad como una sola entidad. Esta visión se enfoca en la autonomía a modo de una forma de planificación no lineal, compleja y caótica para nuevos órdenes frente al paradigma instituido, destacando los procesos territoriales autónomos y sus autoorganizaciones como espacios fértiles para nuevos paradigmas de desarrollo.
Las transiciones socioecológicas trascienden los métodos científicos y las teorías de sistemas al dialogar entre ser, hacer y conocer, rechazando la hegemonía o marginalización de prácticas y experiencias (CLACSO y OXFAM, 2023). Se centran en los principios del sentipensar y el hacer relacional como formas de acción crítica, conceptualizando la justicia a modo de un imperativo para la distribución y restauración de modos de vida que promuevan la vida misma. Esta discusión se conecta directamente con la agenda de derechos (que incluye los humanos, pero sin limitarse a ellos), buscando garantizar a plenitud su ejercicio y reivindicación (CLACSO y OXFAM, 2023).
Algunas formas de expresión de la apuesta política de las transiciones socioecológicas son: la soberanía energética; las economías y el gobierno propios; el transporte público y humano; la economía solidaria y popular; la gestión comunitaria de los servicios públicos; las energías comunitarias; la desfosilización; el veganismo; la agroecología; las alternativas comunitarias de gestión de bosques y selvas; la lucha contra la impunidad y el abuso empresarial; la democracia ambiental, entre otras. De estas expresiones puede concluirse que las transiciones socioecológicas constituyen verdaderas transformaciones profundas de los modos de vida actuales (Rátiva-Gaona, 2021).
En Colombia, las transiciones socioecológicas han sido históricamente promovidas por movimientos y comunidades afrocolombianas, indígenas, campesinas, raizales, romaníes, ambientalistas, animalistas y veganas, de mujeres, de juventudes, urbanas y rurales. A lo largo del país, florecen expresiones diversas e innovadoras que a menudo operan al margen del reconocimiento gubernamental. Estas iniciativas abrazan prácticas bioculturales y territorios, buscando un buen vivir que respete y promueva todas las formas de vida, así como la soberanía y la dignidad.
Una tendencia significativa que ha ganado cierto reconocimiento institucional la constituyen los derechos de la naturaleza. Se trata de un enfoque jurídico para abordar las crisis ambientales globales y abogar por la protección de los ecosistemas. Un ejemplo emblemático es la Sentencia T-622 de 2016 de la CC, que reconoció derechos para un río (el Atrato) y se refirió a la categoría de los derechos bioculturales como instrumento para enfrentar la grave contaminación y degradación ambiental provocada por actividades mineras ilegales y explotación forestal (González, 2021). Tras la expedición de esta sentencia, la CC ha emitido varios pronunciamientos adicionales que rescatan y se basan en lo dispuesto en ella.
Como parte de la respuesta institucional, el Instituto Humboldt llevó a cabo un estudio crucial en 2018, titulado Transiciones socioecológicas hacia la sostenibilidad: gestión de la biodiversidad en los procesos de cambio de uso de la tierra en el territorio colombiano. En este documento se destaca la necesidad de gestionar la biodiversidad reconociendo las relaciones humanas con la naturaleza, que presentan profundas interdependencias y conforman sistemas socioecológicos afectados por la sinergia causada por la acción humana. Este estudio propone dialogar con los cambios ecosistémicos derivados del Acuerdo de Paz con las FARC-EP (2016) y las presiones socioeconómicas en diversas regiones del país, considerando cambios desde diversas escalas y temporalidades para su comprensión (Instituto Humboldt, 2018). Para finalizar, es preciso mencionar que, como elemento central de este glosario, la TEJ puede considerarse una especie dentro del género de las transiciones socioecológicas.