La energía es uno de los conceptos más importantes en el contexto de diversas ciencias y disciplinas, incluyendo la física. Su conceptualización comenzó a tomar forma en el siglo XVII con la noción de vis viva (fuerza viva), introducida por Gottfried Wilhelm Leibniz. Leibniz definió una magnitud energética en fenómenos mecánicos, que derivó en el siglo XX en el término que utilizamos hoy: energía. Para su entendimiento, se parte del principio general de la conservación de la energía, la cual se refiere desde la física a un sistema aislado que se conserva y que, al encontrarse con otro sistema, transfiere trabajo, calor y ondas mecánicas o electromagnéticas (Solbes y Tarín, 2008). La palabra “energía” proviene del griego enérgos, que significa fuerza de acción o fuerza de trabajo. La energía se puede transferir en partículas o en campos y en ambos casos las transferencias se rigen por la misma ley: la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma. La principal unidad de medida de la energía es el julio o joule (representado con una J).
La energía se clasifica en primaria y secundaria. La primaria proviene directamente de flujos naturales como el sol, el viento, el petróleo crudo, el gas fósil y la madera. La secundaria, por su parte, es el producto de la energía primaria u otros combustibles secundarios como los derivados del petróleo, la electricidad de cualquier fuente, el hidrógeno generado a partir de electricidad y el biogás de pirólisis de biomasa (IRENA, 2024). De acuerdo a su expresión, la energía se ha categorizado así:
Energía cinética: es una de las formas primarias de energía (junto con la energía potencial). Se refiere a la energía que un cuerpo posee debido a su movimiento relativo y a la capacidad de realizar trabajo asociado al movimiento de los cuerpos. Un ejemplo de conversión de energía cinética en eléctrica es la energía del agua en movimiento en una planta hidroeléctrica. Cuando el agua cae sobre las turbinas, su energía cinética se convierte en energía mecánica, que luego se transforma en electricidad mediante un generador. La electricidad generada es una forma de energía secundaria que puede ser transportada y utilizada directamente (Etecé, 2021a).
Energía térmica: también conocida como energía calorífica, es la forma de energía que posee un sistema debido al movimiento de sus partículas (átomos y moléculas). Cuanto mayor es la energía térmica de un sistema, más rápido se mueven sus partículas. Esta energía está relacionada con la temperatura del sistema, de manera que, a mayor temperatura, mayor es la energía térmica. Un cuerpo u objeto puede transferir energía térmica a otro a través de procesos de conducción (contacto directo), convección (movimiento de fluidos líquidos o gaseosos) o radiación (ondas electromagnéticas, como las del sol). Un ejemplo de energía térmica se encuentra en el sol, que emite radiación electromagnética en forma de luz visible, calor (infrarrojo) y rayos ultravioleta. Esta energía puede ser transformada por sistemas vivos (como las plantas mediante la fotosíntesis) y sistemas artificiales (como los paneles solares para generar electricidad) (Etecé, 2021c).
Energía potencial: es una de las formas primarias de energía (junto con la energía cinética). Se refiere a la energía almacenada dentro de un cuerpo u objeto como resultado de su posición, estado o disposición. La energía almacenada en el cuerpo u objeto de que se trate se libera cuando cambia su posición, estado o disposición y, en ese sentido, se puede concebir como la energía que tiene el “potencial” para realizar algún trabajo. Por ejemplo, cuando comprimimos un resorte, este adquiere mayor energía potencial, ya que puede volver a su forma original; sin embargo, tan pronto como se suelta el resorte, la energía potencial (almacenada) se libera (Etecé, 2021b).
Energía mecánica: es la suma de la energía cinética y la energía potencial de un objeto, cuerpo o sistema. Está asociada al movimiento y la posición de dicho objeto, cuerpo o sistema. Un ejemplo de energía mecánica relacionado con la electricidad se encuentra en la energía eólica: el viento hace girar las aspas de un aerogenerador, convirtiendo la energía cinética del viento en energía mecánica de rotación de las aspas. Estas aspas están conectadas a un generador que convierte la energía mecánica en energía eléctrica utilizable (Etecé, 2022).
La energía es fundamental para la existencia humana en la Tierra, ya que su uso político y ético contribuye a mantener y reparar la vida misma (Energía y Equidad, 2023). Sin embargo, en la era moderna, la mercantilización de la energía (véase Desmercantilización ) ha eclipsado la noción original de fuerza aplicada para el sustento de la vida (vis viva). Hoy en día, la energía se considera un elemento esencial para el crecimiento de las sociedades y el desarrollo económico (Ente Vasco de la Energía, s. f.; véase Decrecimiento ). Es difícil encontrar países que puedan desligar su crecimiento económico de su consumo, así como de la expansión de los sistemas energéticos (Comité Ambiental en Defensa de la Vida, 2023). Esta perspectiva ha llevado a que el bienestar de una sociedad se asocie directamente a su consumo energético, lo cual ha acelerado de modo intensivo el metabolismo de las sociedades, socavando y agotando nuestras relaciones con la naturaleza.
La energía actúa como el insumo esencial en las interacciones entre los sistemas naturales y sociales. A lo largo de su transformación, consumo, distribución y desecho, su impacto es significativo y varía según las reglas, normativas, acuerdos, cosmovisiones y estructuras de gobierno que rigen su dominio (Toledo, 2013).
Durante los últimos años, estas instituciones y formas de organización han permitido una acumulación excesiva de capital en manos de unos pocos a través del control de los sistemas energéticos, lo que ha resultado en graves consecuencias ambientales. Un ejemplo de ello es la crisis climática, que forma parte de una serie de crisis civilizatorias, en las cuales la alteración de la estabilidad atmosférica afecta de manera desproporcionada a las poblaciones más vulnerables, que tienen un acceso limitado a los modelos modernos de energía (véanse Justicia energética y Justicia climática ).
Esta distribución inequitativa y a menudo violenta de la energía ha consolidado su papel como un botín político y de guerra, cuya dominación menoscaba la libertad y la dignidad humanas (Vélez, 2006). Ejemplos de esto se pueden observar en todo el mundo, desde los conflictos recientes entre Rusia y Ucrania hasta el genocidio perpetrado por Israel contra Palestina, donde el control sobre los recursos fósiles ha sido un factor influyente. Esta situación contradice el consenso generalizado de apostar por Estados democráticos, ya que la energía tiende a ser concentrada, centralizada, antidemocrática y colonialista, con un énfasis significativo en la dominación de los territorios a través de los combustibles fósiles.
La disparidad en el acceso a la energía se perpetúa mediante nociones de mercado que la consideran un bien privado en lugar de un derecho, lo que resulta en discriminación en la forma en que las personas interactúan con la energía. Además, ceder la soberanía energética a terceros para garantizar el bienestar conlleva cargar los impactos de la explotación de estos recursos fósiles de manera desigual, lo que subraya la importancia de conceptos como la pobreza energética, la soberanía energética y la justicia ambiental.
La expansión energética basada en combustibles fósiles ha impulsado el mundo moderno que conocemos hoy. A pesar de las externalidades negativas y los conflictos asociados con su explotación, distribución y consumo, el 80 % de la energía consumida proviene de fuentes fósiles. Todavía estamos lejos de aplacar su curva de consumo, aunque desde los años 70 se ha advertido sobre la gravedad de alcanzar la cenit o pico de petróleo donde las reservas de fácil de acceso no estén disponibles y su explotación se vuelva insostenible económicamente, teniendo que acudir al uso de energías extremas como las que se obtienen a través del fracking (véase Tasa de retorno energético).
Por otra parte, los modelos energéticos actuales son altamente ineficientes, lo que refleja la entropía inherente a la energía: su capacidad decreciente para realizar trabajo. Esto se ve exacerbado por la persistencia de largas redes, infraestructura obsoleta y activos depreciados que continúan suministrando energía. Estas tecnologías anticuadas desperdician energía de diversas formas, con costos e impactos desproporcionados sobre las poblaciones vulnerables. Por ejemplo, las cadenas de suministro de diésel, caracterizadas por altas tasas de emisiones fugitivas y tecnologías obsoletas, generan contaminación del aire nociva para la salud humana (véase Contaminantes criterio y gestión de la calidad del aire).
La humanidad ha experimentado varias transiciones energéticas fósiles, diversificando las fuentes y acumulando energía según sus propósitos y costos. La seguridad energética se ha convertido en un argumento preponderante en las discusiones sobre estas transiciones y el aparente alto costo económico del abandono de los combustibles fósiles a menudo ha parecido insuperable, desde una perspectiva puramente de mercado. A raíz de ello, se han propuesto falsas soluciones, debido a la dominación de los fósiles en los modelos económicos. Ellas incluyen el discurso en torno al gas fósil como “combustible de transición”, los sistemas de captura y almacenamiento de carbono, y los mercados de carbono en sí mismos, cuyos pilotos han fracasado en todo el mundo (véase Falsas rutas hacia la descarbonización).
Sin embargo, para las comunidades de base en todo el mundo, la energía es más que un recurso para el desarrollo: se trata de un derecho vital para su bienestar. En ese sentido, en el debate sobre la transición energética y la TEJ, es crucial considerar quién se beneficia y para qué se usa la energía.
La defensa de los cuidados para la vida debe priorizarse sobre el ánimo de lucro de los modelos energéticos actuales, que son destructivos. Esto implica una transformación profunda que desmercantilice la naturaleza y desafíe la imposición patriarcal del modelo energético moderno (véase Desmercantilización).