La TRE, también conocida como EROI (energy return on investment), es una medida que compara la cantidad de energía obtenida de una fuente con la energía invertida en su producción. Mide la eficiencia de las fuentes de energía en términos de la energía que producen en relación con la energía necesaria para obtenerla, siendo crucial para evaluar su viabilidad. Una TRE alta indica que se obtiene mucha más energía de la que se invierte, lo cual es deseable. Una TRE menor o igual a 1 indica que la energía obtenida es menor o igual a la invertida, mientras que una TRE mayor que 1 indica un saldo energético positivo (Salazar, 2017).

Así, la TRE es una herramienta valiosa para la toma de decisiones e inversiones, midiendo la productividad o rentabilidad de un proceso de transformación de energía. Diversos factores, como la ubicación de yacimientos, la variabilidad del clima y la distancia de transporte y distribución, afectan la TRE haciendo su análisis complejo. Por ejemplo, el petróleo convencional solía tener una TRE alta, pero ha disminuido a medida que se han agotado las reservas accesibles, lo cual hace la extracción menos eficiente y sostenible. En cambio, las energías renovables como la solar y la eólica mejoran su TRE con los avances tecnológicos, y esto las hace más competitivas y sostenibles a largo plazo.

Existen diversas metodologías para calcular la TRE. Algunas se limitan a calcularla desde el lugar de extracción inicial de la fuente primaria (TRE estándar), mientras que otras consideran las inversiones energéticas posteriores, como la refinación y el transporte (TRE punto de uso), o hasta la utilización de la energía en su estado final (TRE extendida). Las metodologías más integrales tienen en cuenta la TRE total de una nación o sociedad, sumando todas las ganancias de las fuentes energéticas primarias y todos los costos asociados a su obtención (Oosterom y Hall, 2022).

Las diferentes metodologías para calcular la TRE no son excluyentes y su lectura integrada puede permitir mejores decisiones tanto para el mercado como para el Estado. Es un argumento contundente para incentivar a países pequeños productores de hidrocarburos a abandonarlos. Diversos estudios han demostrado que, incluso con técnicas intensivas y dañinas para el ambiente, como el fracking, la TRE del gas en yacimientos no convencionales es desfavorable, incluyendo la baja TRE asociada a la explotación de gas costa afuera (Orduz, 2019). Por otra parte, al incluir variables económicas, es posible medir las externalidades relacionadas a los proyectos energéticos, lo que ayuda a determinar cuáles deben ser priorizados desde la perspectiva de la política pública.

Una TRE bien utilizada puede justificar la concesión o negación de subsidios gubernamentales, asegurando la viabilidad de los proyectos sin agotar los recursos públicos. Este análisis es clave en debates como los relacionados con el despliegue del hidrógeno verde. Si no es rentable utilizar esta fuente de energía para el transporte individual o público, los incentivos gubernamentales deberían enfocarse más bien en sectores difíciles de descarbonizar, como la industria del acero, la química o los fertilizantes (Orduz, 2019).

En el caso colombiano y en el contexto de la TEJ, sería recomendable que la UPME, en ejercicio de su labor de planeación del sector minero-energético de la UPME, tuviera en cuenta la TRE como criterio orientador de sus diferentes estudios, proyecciones y planes, tanto de demanda como de oferta. Por su parte, el MHCP debería considerar la TRE para la definición de estrategias de asignación de incentivos y recursos públicos, y la CREG debería hacer lo propio en su labor de regulación de los servicios públicos, como el de electricidad y gas combustible.