En 1988, se propuso un término fuera de las teorías económicas heterodoxas para reconocer la cantidad de recursos primarios invertidos por la naturaleza en su generación y ciclos sostenibles. De esta manera, se introdujo el concepto de “emergía” (D’Alisa et al., 2015), entendida como la cantidad total de energía (por lo general de tipo solar) invertida directa o indirectamente por el ambiente en un determinado proceso. Este concepto responde a una necesidad científica de entender la función de la biosfera como sustentadora de los procesos vitales.

El método de cálculo de la emergía es una evaluación cuantitativa que determina el valor medioambiental de recursos, servicios, mercancías y almacenes en las unidades comunes de energía solar acumulativa (julios solares equivalentes) requeridas para producir un bien o servicio. Este concepto se basa en el equilibrio termodinámico, flexible y vital de la naturaleza aplicado a sus procesos y ciclos, como los del agua, el carbono, el nitrógeno, entre otros.

Además, la teoría de la emergía propone incorporar el costo ambiental (en adición al monetario) de los flujos y movimientos energéticos, apartándose de la visión convencional del mercado y la globalización predominantes. Esta conceptualización se basa en un valor diferente que incluye índices para ampliar el rango de análisis de la evolución de los procesos, como la consideración de si los recursos son locales o externos, eficientes o ineficientes, dispersos o concentrados, estáticos o dinámicos. La propuesta está diseñada en el contexto de un enfoque que aboga por un descenso próspero, enmarcado a su vez en los postulados del decrecimiento, para adaptarse a la oscilación de los recursos y sus ciclos naturales.

La emergía desempeña un papel fundamental en la evaluación de la calidad energética. Los sistemas autoorganizados, como los ecosistemas, están gobernados por la segunda ley de la termodinámica, que describe cómo la energía se distribuye jerárquicamente para potenciar procesos de niveles superiores. Aunque esto puede parecer complejo, se resume en que diferentes fuentes energéticas, como la solar, el carbón o la electricidad, tienen distintas calidades en su potencial para influir en el sistema, a pesar de representar la misma cantidad de energía. Esto genera una jerarquía de energía según su capacidad para influir en los sistemas. Por ejemplo, la emergía se utiliza como referencia en los análisis energéticos debido a su amplia influencia en la ecósfera (Bravo et al., 2018).

Esta perspectiva trasciende la concepción de los sistemas energéticos como meras fuentes de energía y tecnologías, ya que la emergía proporciona una comprensión más profunda del flujo energético en los ecosistemas y en procesos vitales para la humanidad, como la producción de alimentos, el uso de biomasa para la cocción y las tasas de resiliencia de los ecosistemas.

En Colombia, la falta de información sobre los costos ambientales de la energía, desde una perspectiva más allá de la económica, dificulta la evaluación cualitativa, incluso para iniciativas como el Plan Energético Nacional. Este plan, que constituye un ejercicio prospectivo a largo plazo, tiene como objetivo identificar alternativas tecnológicas en la producción y consumo de energía, y evaluar sus impactos en aspectos como el abastecimiento, la competitividad, la sostenibilidad, las finanzas públicas y la economía del país.

Aunque se trata de un documento exploratorio que aborda la incertidumbre, reconoce los riesgos y las oportunidades, y establece nuevas agendas para el sector energético, aún falta integrar un enfoque de justicia social y ambiental en esta discusión. Además, la falta de diálogo entre agendas e instituciones, como el MME y el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, dificulta la comprensión de visiones más complejas sobre el uso de la energía en sistemas de soberanía o seguridad alimentaria. Iniciativas como las energías comunitarias apuestan por principios que consideren los flujos naturales en lugar de limitarse al acceso a la electricidad sin tener en cuenta todas las necesidades humanas (véase Pobreza energética).